En: Seckbach, J., Westall, F. and Chela-Flores, J. (2000). "Introduction to astrobiology". En: Journey to Diverse Microbial Worlds: Adaptation to Exotic Environments, ed. Joseph Seckbach; volumen 2 de la serie Cellular Origin and Life in Extreme Habitats (COLE). Kluwer Academic Publishers, Dordrecht, The Netherlands, Capítulo 25, pp. 367-375. Copyright Kluwer. ISBN 0-7923-6020-6, http://www.wkap.nl/prod/b/0-7923-6020-6
INTRODUCCIÓN A LA ASTROBIOLOGÍA:
origen, evolución, distribución y destino de la vida en el Universo
De: Joseph SECKBACH, Frances WESTALL y Julian CHELA-FLORES.
Selección y traducción
del texto: Dr. Roberto Aretxaga, Bilbao, 2002.
La presente edición (Cibernous, 2002) cuenta con la amable
autorización de Kluwer Academic Publishers y los autores.
V.O., "Introduction to Astrobiology: Origin, Evolution, Distribution and Destiny of Life in the Universe", disponible en: http://www.ictp.trieste.it/~chelaf//ss3.html
Los autores:
J. Seckbach es Doctor
y Master en Botánica por la Universidad de Chicago (Estados
Unidos), y Licenciado en Botánica y Bioquímica por
la de Bar-Ilan (Israel). Tras el doctorado, fue investigador becado
en al Instituto de Tecnología de California, Caltech, (División
de Biología), Pasadena. De las múltiples actividades
y cargos desempeñados por el profesor Seckbach, únicamente
reseñaremos los siguientes: co-director, con el profesor
Willard F. Libby (Premio Nobel de Química, en 1960, por
el método de datación científica de Carbono
14), del grupo de investigación de búsqueda de vida
en el planeta Venus (Venus Project), Instituto de Geofísica
y Física Planetaria de la Universidad de los Ángeles
(UCLA); Director de Recursos de Investigación Nacionales
de la Academia Israelí de Ciencias y Humanidades (Jerusalén);
profesor en diferentes universidades e instituciones científicas
de diversos países; participa, organiza y dirige numerosos
congresos, encuentros y seminarios internacionales sobre la materia,
como el Astrobiology International Meeting (Denver, 1999)
del cual fue presidente y miembro del comité organizador;
colaborador y asesor de publicaciones y editoriales científicas
de prestigio internacional (como v.g., Kluwer Academic Publishers);
es miembro, entre otras, de las sociedades científicas
ISSOL, ISE, PSA o NYAS. El profesor Sckebach cuenta en su haber
con innumeras investigaciones y publicaciones pioneras en la materia.
F. Westall es Doctora en Geología Marina por la
Universidad de Cape Town (Sudáfrica) y Licenciada en Geología
por la de Edimburgo (Reino Unido). Entre otros méritos
profesionales y académicos reseñamos los siguientes:
investigadora en las Universidades de Bolonia (Italia) y Nantes
(Francia) e investigadora becada en el Instituto Alfred Wagner
(Alemania Occidental); ha trabajado en el Instituto Lunar y Planetario
de Huston (Texas); actualmente es Directora de Investigación
en el equipo de Exobiología del Centro de Biofísica
Molecular del Centro Nacional de Investigación Científica
francés (CNRS); especialista en vida terrestre primitiva
y búsqueda de vida en Marte, así como en exploración
humana del planeta rojo; investigadora de campo en los terrenos
del Arcaico de Greenland, Pilbara y Barbeton; es miembro del equipo
de estudios exobiológicos de la Agencia Espacial Europea
(ESA) y ocupa la Cátedra de Exobiología de la Fundación
Espacial Europea (ESF). Ha publicado más de 170 títulos
relacionados entre libros, capítulos de libros, artículos
y conferencias (actas).
J. Chela-Flores es Doctor en Mecánica Cuántica
y Licenciado en Matemáticas por la Universidad de Londres.
Entre otros cargos y actividades del profesor Chela-Flores, reseñamos
los siguientes: miembro del Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Tecnológicas (CONICIT, Caracas, Venezuela,
1981-1984), investigador en el Centro Internacional Abdus Salam
de Física Teórica (ICTP, Trieste, Italia), profesor,
y fundador, del Instituto de Estudios Avanzados (IDEA, Universidad
Simón Bolívar, Caracas, Venezuela), miembro de la
Academia Latino Americana de Ciencias y del Instituto de Estudios
Avanzados de Dublín (DIAS). Desde 1994 es miembro de la
Sociedad Internacional para el Estudio del Origen de la Vida (ISSOL),
y desde 1995 miembro de pleno derecho de la Academia de Esfuerzos
Creativos (Moscú). También es miembro de la Sociedad
Planetaria (TPS) y de la Asociación Europea de la Red de
Exo/Astrobiología. Así mismo, fue co-director del
curso de la ICTP/ICGEB Escuela Ibero-Americana de Astrobiología
(IASA) y organizador y director de las conferencias del ICTP sobre
evolución química y el origen de la vida (Astrobiología).
En 1998 ocupó la Cátedra UNESCO de Filosofía.
El profesor Chela-Flores tiene en su haber una ingente producción
científica, de la que únicamente mencionaremos The
New Science of Astrobiology. From Genesis of the Living Cell to
Evolution of Intelligent Behavior in the Universe (Kluwer,
2001).
1. ¿Hay otros mundos habitados?
La única vida que
conocemos en el universo es la vida en nuestro propio planeta
Tierra. Ignoramos completamente lo representativa que pueda ser
de la vida en otros planetas, aunque en el capítulo de
uno de nosotros (Chela-Flores, 2000c) se conjetura que, dadas
las condiciones medioambientales adecuadas, si la vida comenzara
en cualquier otro lugar estaría obligada a seguir una vía
evolutiva hacia la eucariogénesis y la multicelularidad
(Chela-Flores 1998; Seckbach et al., 1998).
La cuestión de si en un contexto extraterrestre la naturaleza
sigue una dirección previsible es claramente una cuestión
abierta, pero algunos indicios de las leyes básicas de
la biología terrestre (la selección natural y un
antepasado común a toda la biota terrestre) pueden interpretarse
como la prueba de que la evolución es en gran medida predecible
y no contingente. De hecho, el respaldo de equipos independientes
indica que la selección natural hace caso omiso de la aleatoriedad
en la deriva genética; en otras palabras, la selección
natural parece ser lo bastante fuerte como para dirigir a los
organismos terrestres hacia finales similares, independientemente
de la contingencia histórica (Pennisi 2000, y referencias
en éste). Por otra parte, algunos argumentos abogan a favor
de que un nivel humano de inteligencia está siendo alcanzado
por la hipotética vía evolutiva obligada universal
hacia la eucariogénesis y la multicelularidad. Ciertamente,
en un medioambiente extraterrestre probablemente nunca volverían
a repetirse los mismos pasos evolutivos que condujeron a los seres
humanos; pero ese apenas es el aspecto relevante: el papel
de la contingencia en la evolución tiene poca relación
con el surgimiento de una propiedad biológica particular
(Conway-Morris 1998).
La inevitabilidad del surgimiento de propiedades biológicas
particulares es un fenómeno que ha sido reconocido por
los estudiosos de la evolución desde hace mucho tiempo
(convergencia evolutiva). Hay una fuerte ventaja selectiva para
la multicelularidad de las células eucariotas convertidas
ya en neuronas; semejante suceso acaeció muy tempranamente
en el proceso de evolución multicelular en la Tierra (Villegas
et al., 2000). Este argumento aboga fuertemente en favor
de la existencia de otro nivel humano de inteligencia en algún
otro lugar del cosmos. No obstante, a pesar de estos persuasivos
argumentos de las ciencias de la vida, algunos astrónomos
y paleontólogos, con independencia de la evidencia de la
biología, aún defienden el punto de vista contrario
(Brownlee y Ward 2000).
2. Origen de la vida en la Tierra.
Por otro lado, al intentar
desentrañar los misterios del/de los origen/es de la vida
en la Tierra, desafortunadamente disponemos de poco material sobre
el cual trabajar. El mero hecho de que la Tierra sea una entidad
viva, dinámica (à la Gaia de James Lovelock)
significa que las rocas más antiguas, las cuales guardan
la clave de los orígenes de la vida han sido destruidas
por el inexorable proceso de placas tectónicas. Las rocas
más viejas de la Tierra se encuentran en el terreno de
roca verdosa eruptiva de Isua, en el SO de Groenlandia, que tiene
más de 3.800 millones de años de antigüedad.
Ya estas antiguas rocas contienen una marca isotópica indicando
que las bacterias habitaban el medioambiente en el que se formaron
tales rocas (Schidlowski 1998; Mojzsis et al., 1996).
Si bacterias completamente desarrolladas habitaban la Tierra hace
3.800 millones de años, entonces la vida debe de haber
comenzado mucho antes. Teóricamente, pudo haber comenzado
en cualquier momento después de que el agua se condensara
en la superficie de la Tierra: los cometas la habrían traído
en las moléculas prebióticas (Chyba y Sagan 1992)
que, de formas aún no comprendidas, se auto-organizaron
en estructuras celulares primitivas que dieron lugar, a su vez,
al último antepasado común, o cenancestro (UAC).
El UAC entonces dio origen a las bacterias; pero debería
subrayarse que lo que está surgiendo del extenso análisis
del amplio número de árboles filogenéticos
construidos a partir de una variedad de macromoléculas
de la vida es el establecimiento de tres líneas celulares
primarias de la descendencia evolutiva, entre las cuales se han
producido casos amplios de transferencia horizontal (Doolittle
1999, Becerra et al., 2000).
Este crucial desarrollo tuvo lugar en condiciones que ahora consideraríamos
inhóspitas pero que eran normales para la vida más
primitiva. La atmósfera se estaba reduciendo ligeramente,
consistiendo mayormente en CO2 (Pollack et al., 1987),
con las subsiguientes consecuencias para un nivel más bajo
de NO (Kasting 1990). Hay mucha discusión sobre la cantidad
de oxígeno en la atmósfera primitiva de la Tierra
ya que existe evidencia al menos de bolsas localizadas de oxidación
subaérea (Ohmoto et al., 1999). La luz solar incidente
habría sido cerca de un 30% menor que en la actualidad
porque el horno nuclear del sol aún no había alcanzado
su apogeo (Sagan y Mullen 1972). Se supone que la temperatura
media era lo suficientemente cálida como para mantener
líquida el agua en la Tierra debido al efecto invernadero
del CO2 (con quizá algo de CH4; cf., Kasting 1993). Las
temperaturas podrían haber sido más altas que en
la actualidad debido al intenso bombardeo de meteoritos/cometas,
que caracterizó el Hadean y las épocas más
primitivas del Arcaico hasta hace aproximadamente 3.800 millones
de años (Maher y Stevenson 1988). No había capa
de ozono para mitigar los efectos letales de la radiación
ultravioleta. Además, la luna estaba mucho más cerca
de la Tierra (Hartmann y Davis 1975; Cameron y Ward 1976) teniendo
como resultado influencias significativas de las mareas sobre
cualquier medioambiente que existiera en la superficie. Finalmente,
el susodicho período de intenso bombardeo pudo haber esterilizado
la Tierra en varias ocasiones (Sleep et al., 1989). A pesar
de todo esto, la vida comenzó, se desarrolló, prosperó
y permaneció.
3. Evolución de la vida en la Tierra.
Así, pues, una
de las características fundamentales de la vida, su tenacidad,
se desarrolló tempranamente. Las bacterias más primitivas
podrían haber sido organismos termófilos del dominio
Archea (Wose 1987). Ya Darwin admitió que la vida se desarrolló
en una pequeña charca caliente, y muy probablemente estos
termófilos fueron los primeros organismos en la Tierra
(Copland 1936, Seckbach 1994, 1995, 2000). La especie de Archea
termófila, como muchos de los metanógenos, se encuentra
cerca de la raíz en el árbol de la vida (Valentine
y Boone, en Seckbach 2000; Madigan y Marrs 1997). Recientemente
ha quedado bien establecido que todas las formas de vida agrupadas
alrededor de la base de los árboles evolutivo y filogenético
son termófilas (Pace 1997, Stetter 1998). Hay, sin embargo,
una cierta refutación de esta teoría que ha desafiado
el origen cálido/caliente de la vida, proponiendo que las
primeras células fueron criófilas (Galtiers et
al., 1999).
Alternativamente, la marca termofílica podría ser
un artefacto de bacterias que hubiese estado sometido a un "cuello
de botella" termófilo en el sentido de que durante
el período de intenso bombardeo, las únicas bacterias
supervivientes fueron aquellas que, o bien ocupaban el nicho hidrotermal,
o bien se refugiaron allí (Baross y Hofman 1985; Nisbet
y Fowler 1996). Hasta el aumento de O2 en la atmósfera
de la Tierra y el desarrollo del ozono, la mayoría de los
microbios primitivos podrían haber vivido en protegidos
profundos nichos subterráneos (Onstott et al., 1999).
Así, pues, considerando que durante la historia primitiva
de nuestro planeta la tierra expuesta era inhóspita, la
vida pudo haber comenzado bajo la superficie terrestre (Davies
1999).
Uno de los acontecimientos más importantes en la evolución
fue el advenimiento de la eucariogénesis y la multicelularidad
(Chela-Flores 2000a). La primitiva atmósfera terrestre
era anoxia con incrementos significativos de oxígeno (>
15% de los niveles atmosféricos actuales [NAA], Holland
y Beukes 1990), sucediendo solamente hace 2.100 millones de años.
Sin embargo, precursores con características eucarióticas,
así como la clara evidencia bioquímica de la existencia
de cianobacterias oxígenas, han sido identificados hace
2.700 millones de años antiguos esquistos procedentes
de Hammersley Basin, Australia (Brocks et al., 1999; Summons
et al., 1999), antes de que se hubiese alcanzado el significativo
15 % NAA (Holland y Beukes 1990). Entre los 1.500 y 1000 millones
de años, la vida fotosintética se hizo lo suficientemente
abundante como para elevar el oxígeno atmosférico
hasta casi el nivel actual.
4. Distribución de la vida, ¿aquí, allá y por doquier?
4.1. DISTRIBUCIÓN DE LA VIDA EN EL UNIVERSO.
Considerando la universalidad de
las leyes de la física, la termodinámica química
y la química del carbono, habría una alta probabilidad
de que otras estrellas y satélites pudieran albergar vida,
si hubiese agua líquida disponible (de Duve, 1995; cf.,
"imperativo cósmico", como se discute en el capítulo
de Chela-Flores en este volumen). Así, la búsqueda
de vida (o incluso de condiciones prebióticas) en otros
cuerpos sólidos dentro de nuestro propio sistema solar
es de vital importancia; igualmente importante es la búsqueda
de vida en otros sistemas solares mediante, por ejemplo, el "Proyecto
Darwin" de la Agencia Espacial Europea y la iniciativa de
la NASA con el "Buscador de Planetas Terrestres". Ambos
capítulos de esta sección tratan estos conceptos
filosóficos, proponiendo consideraciones prácticas
para la capacidad de supervivencia de la vida bajo condiciones
adversas (McKay, en este volumen) así como para la búsqueda
de vida, especialmente en Europa, el satélite de Júpiter
(Chela-Flores, en este volumen).
4.2. DISTRIBUCIÓN DE LA VIDA
EN NUESTRO SISTEMA SOLAR.
Titán, un satélite de Saturno, con su densa atmósfera
contenedora de CH4 ha sido descrito como un "laboratorio
natural de exobiología" (Jakosky, 1998, p. 192). De
hecho, la nave espacial Cassini-Huygens debe encontrarse con Titán
en 2004 a fin de investigar este laboratorio químico natural.
Los planetas que se hallan dentro de la "zona habitable"
de nuestro sistema solar son la Tierra, Marte y Venus. Han tenido
historias primitivas similares y la vida podría haberse
desarrollado en los tres (McKay, 1997; Jakosky, 1998).
Sin embargo, mientras que ahora la Tierra es caliente, húmeda
y estable (su atmósfera es baja en CO2, y alta en N2),
Marte es un desierto frío seco (con una atmósfera
relativamente alta en CO2 y baja en N2, la presión atmosférica
general es una fracción de la de la Tierra), y Venus es
un infierno, en lo tocante a la vida. Como se discute en el capítulo
de McKay (en este volumen), el límite superior de temperatura
para la vida son unos incómodos 113º C (Blochl et
al., 1997). Este es el límite máximo de temperatura
del Pyrolobus fumarii (Stetter, 1998; ver el capítulo
de Seckbach y Oren, en este volumen). Los 400º C de la superficie
de Venus son por tanto simplemente demasiado elevados para el
agua líquida y los enlaces moleculares de cualquier orgánica
biogénica se romperían.
De igual modo, McKay trata de los límites inferiores de
temperatura de la vida, observando que existe abundante vida viable
en los fríos y secos desiertos de la Antártida y
del Ártico (Gilichnsky et al., 1992; McKay et
al., 1994), así como el hecho de que la vida por lo
visto puede sobrevivir durante algunos millones de años
en la tundra siberiana (Vorobyova et al., 1997). Chela-Flores
(1998) subraya el hecho de que incluso organismos eucariotes pueden
sobrevivir en esos ambientes. Las muestras profundas de hielo
de la Estación Vostok, en las que se han detectado recientemente
microorganismos (Priscu et al., 1999; Karl et al.,
1999), pueden considerarse como un entorno análogo al existente
en Europa, la luna joviana helada que aparenta tener un oceano
bajo la superficie (Carr et al., 1998). La cartografía
realizada por radar del Lago Vostok reveló la existencia
de agua líquida bajo la costra helada. Posiblemente la
parte superior de este agua sea calentada por la presión
del hielo y por fuentes geotermales la inferior. Así, estas
observaciones terrestres recientes pueden ofrecer pistas sobre
la existencia de vida en otros mundos.
La ausencia de agua y los efectos de la radiación ultravioleta
excluyen la posibilidad de vida en la superficie de Marte (la
alta concentración de dióxido de carbono en la atmósfera
marciana filtra la radiación ultravioleta de longitudes
de onda inferiores a 190 nanómetros, pero la nociva radiación
ultravioleta B de entre 200 y 300 nm alcanza la superficie con
total intensidad). Sin embargo, McKay (este volumen) discute la
posibilidad de "islas" hidrotermales bajo la superficie
en el acuífero helado de Marte, donde la vida podría
sobrevivir potencialmente, pero también señala que
debería luchar durante importantes períodos de tiempo
contra dosis letales de radiación procedentes de las rocas
circundantes.
El reciente descubrimiento de una posible marca bigénica
de 3.900 millones de años antiguos glóbulos
de carbonato en fracturas del meteorito marciano ALH84001 (McKay
et al., 1996) ha provocado la conmoción entre los
astrobiólogos (Seckbach, 1997) y ha generado un productivo
interés en este campo relativamente nuevo (a saber, el
Instituto Virtual de Astrobiología de la NASA y proyectos
relacionados). Aunque los datos del meteorito de Allan Hills,
así como las descripciones de estructuras con formas bacteriomorfas
de los meteoritos marcianos más jóvenes, Nakhla
y Shergotty (McKay et al., 1999) son tentadoras, aún
no hay conclusiones firmes sobre la biótica marciana.
Los problemas presentan un doble aspecto y han de ser resueltos
antes de que se traigan muestras procedentes de otros cuerpos
estelares (Marte, cometario o asteroideo). (1) Trabajos recientes
han subrayado el problema de la propagación, contaminación
moderna de materiales extraterrestres (Steele et al., 2000)
lo que complica las interpretaciones. Además, (2) todavía
no disponemos de una base de datos bien establecida de estructuras
verdaderamente biogénicas, en oposición a estructuras
biomórficas, aunque ésto esté siendo tratado
actualmente (McKay et al., 2000, Westall 1999).
Otro aspecto de la investigación inicial de McKay et
al. (1996), su descripción de posibles "fósiles
nanobacterianos" ha llevado al interés por la magnitud
de las fronteras de la vida, con los sorprendentes resultados
de que la vida viable podría ser inferior a lo creído
en un principio (Kajander y Ciftcioglu 1998; Uwins et al.,
1998; Gillet et al., 2000). Las nuevas tendencias en microbiología
y micropaleontología apuntan a que la diversidad de la
vida microbiana en el Universo podría resultar ser mucho
mayor que la que actualmente se encuentra en la Tierra, proporcionando
así nuevos retos a los astrobiólogos.
4.3. DESTINO DE LA VIDA EN EL UNIVERSO.
El impacto de la vida extraterrestre en la filosofía y
la teología queda fuera del alcance de este libro, el cual
se ha confinado dentro de los límites de la ciencia. Pero
para completar esta panorámica general de la Astrobiología,
nos gustaría decir algo sobre su último aspecto,
a saber, el destino de la vida en el universo. Este asunto requiere
ir más allá de las fronteras de la ciencia. Otros
aspectos de nuestra cultura tienen que ser incluidos en un amplio
diálogo, más que dentro de un debate intercultural
(Chela-Flores, 2000b).
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